Extracto de una Publicación de eltiempo.com - 17 de agosto de 2014
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El célebre actor hacía parte de una lista de 350
millones de personas que sufren la enfermedad.
Robin
Williams empezaba a ver en su cuerpo los primeros síntomas del Parkinson cuando
murió. Sufría de ansiedad y depresión, enfermedad presente en ocho de cada diez
suicidios. “Todavía no estaba listo para compartir públicamente su enfermedad”,
dijo Susan Schneider, la esposa del afamado actor ganador de un Óscar.
“Esperamos que tras la trágica muerte de Robin, otros hallen la fortaleza para
buscar la ayuda y el apoyo que necesitan con las batallas que enfrentan, y para
que sientan menos temor”, agregó.
Williams integraba una lista de más de 350 millones
de personas de todas las edades que sufren depresión en el mundo, según la Organización Mundial
de la Salud (OMS), que alerta de que este es el trastorno mental que más crece
y prevé que para el 2020 será la enfermedad de mayor incidencia.
Desarrollar la resiliencia
La depresión es un problema
multifactorial: puede surgir por causas genéticas o biológicas, y también
ambientales, en su mayoría disparadas por una pérdida personal o material.
Aunque hay casos, incluso, en los que no existe motivo alguno.
Se calcula que una de cada cuatro personas padece
uno o más trastornos mentales a lo largo de su vida, y entre ellos, la
depresión es el principal. Pero la mayoría sale adelante de una crisis sin necesidad de intervención
clínica; tienen ‘resiliencia’, explica Jaider Barros, presidente de la
Asociación Colombiana de Psiquiatría. Se trata de la capacidad de asumir con
flexibilidad situaciones límite y sobreponerse.
Sin embargo, algunos expertos
consideran que existe un vínculo entre talento creativo, depresión y
adicciones. “Los artistas tienen una mayor sensibilidad a los estímulos
externos, lo que los hace mucho más susceptibles a los trastornos mentales”,
explica el psiquiatra José Posada Villa.
No en vano, artistas como Jim
Carrey, Catherine Zeta-Jones, Mel Gibson o Demi Lovato confesaron recientemente
su depresión, y la muerte del actor Philip Seymour Hoffman el pasado febrero
detonó la alarma de una enfermedad hasta ahora estigmatizada.
Pero la depresión tiene muchas caras, y mientras
unos tienden a ‘catastrofizar’ todo lo que viven, otros manifiestan algo que
los psicoanalistas llaman ‘la negación maniaca de la depresión’. “Cuando una persona está
deprimida, muchas veces intenta demostrar en su entorno todo lo contrario: ser
muy dicharachero, estar muy feliz, ser chistoso... Este sería el típico caso de
análisis; todos conocemos a Robin Williams por sus comedias”, agrega Posada,
quien indica que esa mezcla de depresión y bipolaridad se presenta con frecuencia.
Eso explica también que los
mayores índices de depresión se den en países más desarrollados: “La presión en
esas sociedades, y el estar siempre preocupados por los resultados y las
apariencias contribuyen a que las condiciones de depresión se den”, señala Luis
Jaramillo, director del departamento de Psiquiatría de la Universidad Nacional.
“Los estudios muestran que en las
sociedades menos pudientes las personas se enfrentan a más problemas,
desarrollan defensas mentales y se sienten más capaces de afrontarlos; mientras
que en sociedades desarrolladas, cuando llega un problema se amplifica”, añade.
“Son personas que están siempre bajo el escrutinio público, pueden ser
fácilmente criticadas o juzgadas, y eso genera un nivel de estrés muy fuerte
que las obliga a estar pendientes de cómo comportarse todo el tiempo”.
Un mal invisibilizado
“Lo que más tristeza da es que la
mayoría de estos trastornos son tratables”, afirma Posada, quien agrega que
“una persona con depresión, si recibe psicoterapia, tiene un 47 por ciento de
probabilidades de mejorar, y del 49 por ciento con antidepresivos. Si se
asocian los dos, la probabilidad fluctúa entre un 70 y 80 por ciento, y demora
unos 6 meses. Solo un 20 por ciento recae”.
Pero lo cierto es que más de la
mitad de los afectados en el mundo (y entre el 85 y el 88 por ciento en
Colombia) no reciben tratamiento, según la OMS.
Redacción DomingoEL TIEMPO
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