Por: María Fernanda - Tomado de
PSYCIENCIA | 14 de enero de 2016
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Recuerdo la primera vez que hablé con una persona diagnosticada con depresión sobre su trastorno. Nunca antes había visto un pastillero. El suyo tenía marcados los siete días de la semana en las tapas y era lo suficientemente grande para que entraran las cuatro o cinco pastillas diarias que consumía.
No conversamos mucho (quizás los hechos de que yo fuera adolescente y que nos conocíamos hacía muy poco tiempo pudieron haber influido), pero fue suficiente para dejarme pensando en las cosas que me contó. Me resultó muy intrigante escuchar (por primera vez) que un trastorno de salud mental pudiera tener tantas repercusiones en la salud física, y que fueran así de terribles. Hoy pienso en todas los otras cosas que esta persona pudo haber pasado, que eran inimaginables para mí en ese momento: cómo pudo haber afectado a su trabajo, o a sus relaciones familiares y con otras personas, por ejemplo.
Rachel Kelly, es una ex periodista del London Times y autora del libro
Black Rainbow: How Words Healed Me, My Journey Through Depression (Quercus USA) (Arcoiris Negro: Cómo me curaron las palabras, Mi viaje a través de la depresión). Ella, al igual que muchos, antes de padecer depresión tenía una visión limitada de lo que este trastorno significa y trae aparejado. A lo largo de los años fue descubriendo por medio de la experiencia varios aspectos de la depresión que no solo eran nuevos para ella, sino que además son asuntos poco hablados tanto en el consultorio médico como entre pares.
Rachel escribió un artículo muy interesante titulado “Lo que aprendí de la depresión y lo que algunos doctores no te dicen,” en el cual comparte enseñanzas que le ha dejado la experiencia de atravesar por la depresión, con un claro objetivo en la mira: “solo con una discusión más abierta y realista de esta enfermedad podemos reducir el estigma y explorar nuevas curas.”
Comparto con ustedes una traducción de su artículo.
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Antes de sufrir depresión clínica, pensaba que “estar deprimida” significaba un descenso lento en el letargo y el bajo estado de ánimo. La depresión puede de hecho presentarse de esta manera. Pero mi experiencia fue distinta.
Lo primero que descubrí es que la depresión puede golpear repentinamente. A las 6 p.m. una tarde hace 12 años, yo era una madre de 38 años de edad que recientemente había dado a luz a gemelos. También era una ex periodista del London Times, dando una ruidosa fiesta en el vecindario. Estaba intentando tenerlo todo. Pocas horas después, era suicida.
Puedo recordar el momento en que supe que había perdido mi batalla contra un enemigo terrorífico. Nuestra casa en la pequeña Notting Hill, Londres Oeste, estaba llena con familiares, amigos y vecinos para nuestra fiesta anual de Navidad: habían periodistas, abogados y escritores, así como políticos conservadores, incluyendo varios que podrían postularse para dirigir el país. También estaban los colegas de mi esposo Sebastian, que en ese momento era un banquero junior en Goldman Sachs.
Yo estaba tratando de ser la anfitriona consumada, haciendo que extraños se conozcan como si estuviera coreografeando un baile elaborado. Pero mi error fue pausar brevemente para respirar en la cocina en medio de las copas sucias y las bandejas vacías. En ese momento, sentía como si una trampa se hubiera abierto, y yo estuviera cayendo. Se sintió como si yo estuviera en un avión que estaba a punto de estrellarse.
Esta es la segunda cosa que aprendí sobre la depresión: puede presentarse con síntomas físicos alarmantes. Los míos incluyeron náuseas – me sentía como si estuviera a punto de vomitar y no podía comer. Y pensé que estaba teniendo un ataque cardíaco – mi corazón latía salvajemente.
El síntoma más desagradable fue una activa sensación de miedo porque un desastre estaba por ocurrir. Algo terrible iba a pasar y yo no podía hacer nada para detenerlo.
Un psiquiatra me dio pastillas para dormir, las que me ayudaron a descansar. Pero cuando me despertaba, todos los síntomas volvían. Pronto estaba tomando antidepresivos para tratar mi ansiedad, beta bloqueadores para frenar mi corazón acelerado, otras drogas para reducir las náuseas, y pastillas para dormir a la noche.
El Dr. John Horder, un ex presidente del Britain’s Royal College of General Practitioners (Colegio Real Británico de Médicos Generales), una vez vinculó los efectos físicos de la depresión a dolores coronarios. Dijo que si tuviera que elegir entre sufrir cólicos renales, un ataque cardíaco, o un episodio de depresión severa, el evitaría la depresión.
Un tercer aspecto que descubrí de la depresión, que los psiquiatras naturalmente no tienden a compartir, es el tiempo que puede tomar que los antidepresivos surtan sus efectos. Correctamente, los doctores intentan darnos la esperanza de que nos recuperaremos rápidamente. La Asociación Americana de Psiquiatría es cuidadosa con sus palabras en su sitio web. “Los antidepresivos pueden producir alguna mejora dentro de la primera o segunda semana de uso.” Prestá atención al “pueden.”
Los medicamentos parecían no hacer diferencia alguna, al menos no las primeras seis semanas. El problema fue que esas seis semanas fueron las más largas de mi vida. Durante ese tiempo me sentí suicida y mi único consuelo vino de la oración y la poesía, que me proveían lo que Robert Frost llamó “una estancia momentánea contra la confusión.”
No estoy segura sobre a qué otra cosa podés acudir cuando soñás con terminar tu vida y los fármacos no parecen estar funcionando. Mi linea favorita de Corintios dice “Mi fuerza se perfecciona en la debilidad.” De alguna manera le dio sentido al horror. Emergería más fuerte. Repetiría la frase, como un mantra. Fue la primera muestra de voluntad positiva.
Lo cuarto que aprendí, y de nuevo es algo que los psiquiatras bastante naturalmente no tienden a enfatizar, son los desagradables efectos secundarios que vienen con los antidepresivos. A través de los años, tomé diferentes tipos de antidepresivos, incluyendo los clásicos tricíclicos o TCAS, así como las generaciones más nuevas de píldoras, conocidas como ISRS, o inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina. Todos ellos tuvieron efectos secundarios.
Estos incluyeron el aumento de peso: yo mido 1,52 m., y normalmente peso alrededor de 50 kgs. Los medicamentos me hicieron subir cerca de 8 kgs. También me hicieron sentir náuseas. Algunos hicieron que mi lengua se sintiera entumecida, un desierto detrás de mis dientes. Mis labios se partieron. A veces sentía como si estuviera vestida con plomo. Si, los medicamentos funcionaron en el sentido de que la sensación de estrellarse disminuyó, pero ahora yo era como un insecto atrapado en ámbar. Como para una vida romántica…
La quinta cosa que descubrí, y es otro aspecto de la enfermedad que los psiquiatras tienden a callar, es lo difícil que puede ser dejar los antidepresivos. Después de mi segundo episodio depresivo, me tomó cerca de 18 meses, y durante ese tiempo no pensé en otra cosa.
Lo que aprendí es que los antidepresivos son medicamentos serios para una enfermedad seria, e idealmente deberían ser usados por periodos cortos. No deberían ser comercializados para las caídas de la vida, lo que Freud llamó nuestra “infelicidad humana ordinaria.” Los doctores deben dejar esto más claro.
La sexta cosa que aprendí fue que necesitaba cambiar radicalmente mi vida para reducir mis chances de enfermarme de nuevo. La terapia me enseñó que tenía que reevaluar lo que entendía como definición de éxito. Tenía que enfrentar la verdad incómoda de que tratar de “tenerlo todo” – ser esposa, madre, mujer de carrera y anfitriona – lleva a la “crisis”.
Mi descenso a la depresión es una historia con moraleja para cualquiera que trata de hacer malabares con las múltiples demandas del trabajo, la familia y sus propias necesidades de estatus y aprobación por encima de su propio bienestar emocional y salud.
Ahora, trato y llevo una vida lo suficientemente buena. Tengo cuidado con mi perfeccionismo implacable, y he intentado desarrollar una voz interna más compasiva, menos juzgadora de mí misma y de otros.
Mi propia caja de herramientas de estrategias para vencer lo que Winston Churchill llamó el “Perro Negro” ejerce los poderes curativos de la poesía, la que conocí por primera vez cuando estaba agudamente enferma. Es gratis, no tiene efectos secundarios, me arraiga en el presente, hace que deje de preocuparme por el futuro o de arrepentirme del pasado, y me da un relato positivo dentro de la cabeza.
El ejercicio es crucial, y también lo es la dieta. Ahora soy partidaria de las vitaminas B (buenas fuentes incluyen atún, lentejas, huevos, legumbres, verduras de hojas verdes), una deficiencia de ellas puede llevar a la “depresión profunda.” Aprender a practicar mindfulness también ayuda a bajar los niveles de estrés – enfocarse sin juzgar en lo que se está experimentando en el momento.
Mi otra estrategia es involucrarme en acciones nobles, lo que George Eliot llamó “actos ahistóricos” de bondad. Siempre me siento mejor después de uno de los taller de poesía que dirijo en nuestra prisión local o después de ser voluntaria para organizaciones benéficas de salud mental.
Desde que escribí lo que me pasó, me dí cuenta de que no estoy sola. Recibí respuestas de cientos de otros cuyas experiencias de depresión fueron similares.
Mi esperanza en compartir lo que aprendí es que todos podamos ser más abiertos sobre las diferentes formas en que la depresión puede afectar a las personas. Es una enfermedad que puede golpear repentinamente, con síntomas físicos horribles, y el tratamiento con medicación no siempre está exento de efectos secundarios o problemas.
Por otra parte, una vida privilegiada no significa una salud privilegiada, y pueden haber altos costos por las múltiples demandas que muchas mujeres en particular afrontan ahora. Solo con una discusión más abierta y realista de esta enfermedad podemos reducir el estigma y explorar nuevas curas – como dejar de lado las fiestas de Navidad.
Podés visitar el sitio web de Rachel: www.blackrainbow.org.uk, o seguirla en twitter @RachelKellyNet.
Fuente: Medicaldaily
Curiosamente la depresión es tan común y tan poco conocida. En terapia de pareja, existen conflictos, porque la pareja, al tener depresión y no querer hacer nada, se le exige que actúe normalmente. Obviamente la otra parte no sabe que su pareja tiene depresión, porque no sabe identificarla.
ResponderEliminarUn asunto de suma importancia, pareja o individual. Actualmente un problema de escala mundial, necesitamos atenderlo. El tema de la campaña para el Día Mundial de la Salud de 2017 es: La depresión https://www.pacozea.com/7-abril-dia-mundial-la-salud
ResponderEliminarSin duda hay varios factores que contribuyen a la depresión, desde el alineamiento social hasta los desajustes químicos, pero en todos hay un factor común... El declive energético a varios niveles. Lo digo por este caso, muy curioso e interesante, lo podéis ver aquí. http://curacionenergeticalsky.blogspot.com.es/2017/05/caso-neurastenia-fatiga-insomnio_8.html
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