"¿Pudiera ser que esta forma de entender la depresión sea parte del problema mismo? Al tiempo que tantos aspectos diferentes de la condición humana son explicados hoy en día en términos de déficits biológicos, las personas son despojadas de la complejidad de su vida mental inconsciente. La depresión se considera el resultado de una falta de serotonina, más que la respuesta a experiencias de pérdida y separación. La medicación tiene como objetivo restaurar al paciente los niveles óptimos de adaptación social y utilidad, con poca consideración sobre las causas a largo plazo y en los posibles efectos de los problemas psicológicos.
Sin embargo, cuanto más ve la sociedad la vida humana en estos términos mecanicistas, más probable es que los estados depresivos se ramifiquen. Tratar una depresión de la misma forma que, digamos, una infección que requiere antibióticos, siempre es una decisión peligrosa. La medicina no curará lo que ha deprimido a la persona en primera instancia…
…debemos ver lo que llamamos depresión como un conjunto de síntomas que derivan de historias humanas complejas y siempre distintas. Estas historias involucrarán las experiencias de separación y pérdida, incluso si a veces no somos conscientes de ellas. A menudo somos afectados por sucesos en nuestras vidas sin darnos cuenta de su importancia o de cómo nos han cambiado. Con el propósito de dar sentido a la forma en que hemos respondido a tales experiencias, necesitamos tener las herramientas conceptuales correctas; y éstas, creo, pueden ser encontradas en las viejas nociones de duelo y melancolía. La depresión es un término vago para una variedad de estados. El duelo y la melancolía, no obstante, son conceptos más precisos que pueden ayudar a arrojar luz sobre cómo lidiamos (o fracasamos en lidiar) con las pérdidas que son parte de la vida humana.
En la psicología popular, el duelo es a menudo equiparado con la idea de superar una pérdida. ¿Pero alguna vez superamos nuestras pérdidas? ¿No es más bien que las hacemos parte de nuestras vidas en diferentes formas, a veces de manera fructífera, a veces catastrófica, pero nunca sin dolor? Una perspectiva más cuidadosa y detallada del duelo exploraría sus mecanismos y vicisitudes. Respecto a la melancolía, ésta es por lo general considerada una categoría anticuada, un tema de curiosidad histórica o un término poético para un humor de tristeza ensimismada. Como veremos, detrás de ella hay mucho más que eso, y puede ayudarnos a entender algunos de los casos más serios de depresión en los cuales una persona está convencida de que su vida no vale nada y es imposible vivir.
Donde una vez el duelo y la melancolía habían sido términos aceptados, actualmente se habla de depresión. La desaparición de los viejos términos podía ser entendida en relación con la ubicuidad del concepto más nuevo.
Por ningún lado encontré en las estadísticas y las gráficas el testimonio real de los pacientes mismos, como si escuchar ya no importara. La riqueza de la investigación anterior se había perdido. Estaba ausente la intrincación e inquietud por la subjetividad humana que había caracterizado los estudios de los primeros analistas. Simplemente no se trataba del mismo con- junto de problemas. ¿Era esto un progreso?
Cuanto más se utiliza de manera acrítica el concepto de depresión y más se reducen las respuestas humanas a problemas bioquímicos, menos espacio hay para explorar las intrincadas estructuras del duelo y la melancolía que tanto fascinaron a Freud. Mi argumento es que estos conceptos necesitan ser revividos y que la idea de la depresión debería ser usada meramente como un término descriptivo para referirse a rasgos superficiales de conducta.
El dolor tal vez sea nuestra primera reacción a la pérdida, pero el dolor y el duelo no son exactamente lo mismo. Si perdemos a alguien que amamos, ya sea por muerte o separación, el duelo no es nunca un proceso automático. Para mucha gente, de hecho, nunca tiene lugar. Describiremos cuatro aspectos del proceso de duelo que señalan que el trabajo de pensar profundamente sobre el dolor está llevándose a cabo. Sin esto, permanecemos atrapados en un duelo estancado, no resuelto, o en una melancolía. En el duelo, lloramos a los muertos; en la melancolía, morimos con ellos.
…la depresión fue creada como una categoría clínica por una variedad de factores durante la segunda mitad del siglo veinte…
...el mercado para los tranquilizantes menores se colapsó en los setenta, después de que sus propiedades adictivas fueran divulgadas, y así había que popularizar una nueva categoría diagnóstica (y un remedio para ella) para justificar y atender el malestar de las poblaciones urbanas; y nuevas leyes sobre pruebas de drogas favorecieron una concepción simplista, discreta de qué enfermedad se trataba. Como resultado, las compañías de drogas manufacturaron la idea de enfermedad y de cura al mismo tiempo. La mayor parte de la investigación publicada había sido financiada por ellos; y la depresión vino a ser menos un complejo de síntomas con diversas causas inconscientes y más simplemente aquello sobre lo que actuaban los antidepresivos. Si las drogas afectaban al humor, al apetito y a los patrones de sueño, entonces la depresión consistía en un problema con el humor, el apetito y los patrones de sueño. La depresión, en otras palabras, fue creada tanto como fue descubierta.
…Cuando los artículos de periódico señalan los peligros de una droga en particular como el Seroxat, sugiriendo que aumentan el riesgo de suicidio, las razones para esto son explicadas entonces en términos bioquímicos: la droga causa los pensamientos suicidas. Estos críticos de la droga comparten así la creencia de los responsables: que nuestros pensamientos y acciones pueden ser determinados bioquímicamente.
La implicación de tales críticas es simplemente que las drogas no son lo suficientemente buenas: necesitan ser más específicas, promover pensamientos positivos en vez de negativos. Esta perspectiva ignora por completo la idea de que los suicidas puedan ser a veces consecuencia de un diagnóstico inicial erróneo… y de igual relevancia es el hecho de no considerar que la depresión puede ser en sí misma un mecanismo de defensa y, si se la anula, hace que las acciones desesperadas sean más probables. Algunos estudios, de hecho, han afirmado que las depresiones ligeras tal vez incluso protegen contra el suicidio. En otros casos, la forma en que una droga embrutece los estados mentales de una persona puede causar un corto circuito en la producción de defensas genuinas contra los sentimientos suicidas.
Aunque existen bastantes estudios que muestran que los antidepresivos, de hecho, no hacen lo que se supone que deben hacer, nuestra sociedad parece solo tener oídos para los comunicados de prensa positivos. Sabemos que la mayor parte de la investigación está patrocinada por la industria, que las drogas no son tan específicas como se afirma que son, que sí tienen serios efectos secundarios y producen significativos problemas de abstinencia y que, con el tiempo, la psicoterapia provee un tratamiento mejor y más sólido.
En Gran Bretaña, la industria farmacéutica es la tercera actividad económica más lucrativa, después del turismo y las finanzas... hoy en día 27 de 35 miembros del comité gubernamental encargados de seleccionar y aprobar drogas para el Sistema Nacional de Salud reciben salarios privados de la industria farmacéutica.
Estudiar un antidepresivo en particular tal vez no sea tan difícil, pero un proyecto que está encaminado a cuestionar la validez misma de los antidepresivos no encontrará patrocinio con facilidad. Dirigir tales estudios y divulgar sus resultados requiere un poderoso apoyo, el cual significa la clase de dinero que en realidad sólo tiene la industria.
Pero no debemos responsabilizar solamente a las farmacéuticas en esto. La sociedad contemporánea (es decir, nosotros) también juega su parte en configurar cómo deseamos vernos a nosotros mismos y a nuestros malestares. Cuando las cosas salen mal, queremos nombrar rápidamente al problema, lo cual nos hace a todos más receptivos a las etiquetas que los doctores y las farmacéuticas nos ofrecen. La mayoría de nosotros también quiere evitar la labor de explorar nuestras vidas interiores, lo cual quiere decir que preferimos ver síntomas como signos de una alteración local, antes que como dificultades que conciernen a la totalidad de nuestra existencia. Ser capaces de agrupar nuestros sentimientos de malestar, ansiedad o tristeza bajo el término general de «depresión», y después tomar una píldora para eso, será visto naturalmente como algo más atractivo que poner toda nuestra vida bajo un microscopio psicológico.
Descubrir estas causas jamás podrá conseguirse en un espacio de diez (o veinte) minutos de consulta general, sino que requiere de una escucha y diálogos largos y detallados. ¿Qué pasa aquí con las terapias psicológicas?... ¿No proveen precisamente el espacio para la escucha que el paciente deprimido necesita? Desafortunadamente, esto está lejos de ser así. Las terapias psicológicas están a menudo disponibles, pero el término mismo puede ser engañoso: casi siempre significa terapia cognitivo-conductual a corto plazo y rara vez se referirá a psicoterapia psicoanalítica a largo plazo. La terapia cognitivo-conductual ve los síntomas de la gente como el resultado de defectos de aprendizaje. Con apropiada reeducación, pueden corregir su comportamiento y llevarlo más cerca de la norma deseada… los síntomas no son vistos como los portadores de la verdad sino más bien como errores que deben ser evitados…
La terapia cognitivo-conductual, no obstante, es casi la única terapia psicológica ofrecida a través de sistemas de salud pública. Esto se debe a una razón muy simple: funciona. Pero quizá no en el sentido que deseamos. Como un tratamiento superficial, no puede acceder a complejos e impulsos inconscientes... En el papel, puede ayudar a deshacerse de síntomas y hacer más feliz a la gente. Pero… no toma en cuenta los futuros o alternativos síntomas que la gente puede desarrollar más adelante. Cuando éstos aparecen, el paciente termina anotado al final en una lista de espera, y ya que los síntomas superficiales pueden bien ser diferentes ahora, no parecerá que el primer tratamiento fracasó.
Las aproximaciones psicoanalíticas a la depresión son muy diferentes de aquéllas de la terapia cognitivo-conductual. Si un paciente dice «estoy deprimido», el analista no afirmará saber lo que esto significa o lo que será mejor para él. Por el contrario, será una cuestión de desenvolver las palabras para saber qué significan para ese individuo en particular y explorar cómo sus presentes problemas han sido moldeados por su vida mental inconsciente. El analista no sabe más que el paciente y su principal meta no es deshacerse de los síntomas, incluso si esto llega a ser un resultado. Más bien lo que importa es permitir que lo que se está expresando en los síntomas se articule, sin importar en qué medida está esto en desacuerdo con las normas sociales.
El paciente en verdad sabe más que el analista sobre los orígenes de sus problemas, pero este conocimiento es más bien peculiar. No es conocimiento consciente sino inconsciente... El análisis estará enfocado a traer material inconsciente a la luz, y esto siempre será un proceso difícil e impredecible. Estas características del análisis significan que difícilmente puede encajar con lo que nuestra sociedad contemporánea anti-riesgos considera deseable: resultados rápidos y predecibles, absoluta transparencia y la eliminación del comportamiento no deseable.
Pensar sobre el duelo y la melancolía nos permite movernos más allá de estas características superficiales a lo que yace debajo de ellas; a diferencia de publicitar la nueva droga antidepresiva, no significa ningún gran negocio para nadie. Sin embargo, mientras leemos artículo tras artículo sobre cómo la depresión es considerada una enfermedad cerebral, perdemos por completo cualquier sentido de que en el núcleo de la experiencia de inercia y de falta de interés en la vida de mucha gente está la pérdida de una relación humana muy querida o una crisis de significado personal. Si estos factores no son reconocidos en absoluto, se transforman en una vaga charla…
Aunque no todas las apariciones de estados depresivos indican un duelo o melancolía subyacentes, estos conceptos nos pueden no obstante permitir aproximarnos al problema de la pérdida con mucho mayor claridad. Pueden decirnos algo sobre por qué una reacción depresiva puede desarrollarse hasta convertirse en un serio abatimiento sostenido o, por momentos, una terrible, interminable pesadilla de autoflagelación y culpa.
Subidas y bajadas son por supuesto parte de la vida humana, sería un error tornar patológico cada episodio de tristeza. Pero cuando las bajadas comienzan a volverse una bola de nieve, acumulando su propio impulso depresivo, debemos preguntarnos qué otros problemas han revivido o absorbido. En la mayoría de los casos, esto no estará disponible a la introspección consciente y requerirá un diálogo y un análisis más cuidadoso.
…estudios recientes del concepto de melancolía han destacado sus formas cambiantes y la inestabilidad de sus síntomas característicos. Si hoy en día la asociamos con la tristeza o con una nostalgia dolorosa, en el pasado era a menudo relacionada con estados maníacos o con períodos de creatividad. Al mirar entre las diferentes descripciones, los síntomas más comunes serían un sentimiento de miedo y tristeza sin causa evidente... Y el panorama clínico de la melancolía que podemos destilar de tales recuentos pone un mayor énfasis en la ansiedad que en los sentimientos de depresión.
Esto puede parecer sorprendente, especialmente dada la tendencia de cierto pensamiento psiquiátrico a separar la ansiedad de la depresión. Aunque la mayoría de los psiquiatras practicantes son conscientes de que los dos estados no pueden ser tan rápidamente diferenciados, todavía es común en la literatura encontrar que estos dos son tratados de forma separada... De hecho, la forma más pura de la ansiedad se encuentra en la melancolía…
Freud vio tanto al duelo como a la melancolía como formas en que los seres humanos respondemos a la experiencia de una pérdida, ¿pero cómo las diferencia? El duelo involucra la larga y dolorosa labor de separarnos del ser amado que hemos perdido. «Su función», escribe Freud, «es separar los recuerdos y esperanzas de los sobrevivientes de la persona muerta.» El duelo, entonces, es diferente del dolor. El dolor es nuestra reacción a la pérdida, pero el duelo es cómo procesamos este dolor. Cada recuerdo y expectativa ligada a esta persona que hemos perdido debe ser revivida y confrontada con el juicio de que se ha ido para siempre. Éste es el difícil y terrible período en el que nuestros pensamientos regresan perpetuamente a la persona que hemos perdido".
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