Por: Juan Carlos Alonso - 26 de marzo de 2015
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RESUMEN
La depresión es una enfermedad que
afecta desde hace mucho tiempo a gran cantidad de personas en el mundo, por lo
que debería estar muy bien comprendida. Sin embargo, esto no es así. Es un
trastorno célebre por la dificultad que tienen los afectados para dar a conocer
su estado a los demás, sean médicos, terapeutas o familiares. Teniendo en
cuenta lo anterior, este artículo ofrece el testimonio existencial del escritor
William Styron, quien la padeció, con la finalidad de acercarnos más a este
trastorno, de la mano de un profesional de la descripción.
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Cuando leemos uno de los tantos artículos generales sobre la
depresión, es común que se divida el tema en descripción del paciente,
enfermedad, síntomas, causas, tratamiento y pronóstico. La propuesta en este
artículo resumen es que veamos esos aspectos en el caso de Styron.
El paciente
William Styron fue un escritor estadounidense, nacido en Virginia
en 1925 y fallecido en Massachusetts en 2006. La infancia de Styron fue
difícil: su padre, ingeniero naval, sufría de depresión, y su madre murió de
cáncer antes de cumplir los cuarenta años. Ingresó en la Universidad de Duke,
donde en 1947 se graduó en Literatura inglesa. Fue también en esta época cuando
publicó su primera obra, una antología de relatos de estudiantes. Pasó una
larga temporada en Europa. En París hizo amistad varios afamados escritores,
entre ellos Romain Gary. En Italia contrajo matrimonio con la escritora Rose
Burgunder en la primavera del mismo año. Styron es conocido sobre todo por tres
novelas: Tendidos en la oscuridad
(1951) escrita a los veinticinco años; la ganadora del Premio Pulitzer Las confesiones de Nat Turner (1967); y La decisión de Sophie (1979), que trata
el tema del Holocausto. La versión cinematográfica realizada en 1982 fue
nominada a cinco Premios Óscar, entre ellos el de mejor actriz, que ganó Meryl
Streep por su papel de Sophie. En 1985 obtuvo el Prix mondial Cino Del Duca.
Ese mismo año, cayó en una profunda depresión, que recrearía luego en su obra Esa oscuridad visible (1990). Murió de
neumonía, a los 81 años de edad.
La enfermedad
Como se mencionó antes, una característica de la depresión es
la dificultad que tienen los enfermos para describir lo que el trastorno les
hace sentir, o lo que es lo mismo, la dificultad que tienen quienes rodean al
sufriente para entenderlo. Lo único que saben los pacientes es que es una
enfermedad grave, aunque no parezca, y son muy pesimistas acerca del futuro, ya
que no parece tener remedio, por lo menos a corto ni mediano plazo.
Dice el escritor sobre su trastorno:
La depresión es un desorden psíquico
tan misteriosamente penoso y esquivo en la forma de presentarse que llega a
bordear lo indescriptible… No es fortuito el obligado recurso al término
«indescriptible», pues conviene recalcar que si el dolor fuera fácilmente
descriptible la mayoría de los incontables pacientes de este antiguo padecimiento
habrían sido capaces de especificar fidedignamente para sus amigos y seres
queridos (y aun sus médicos) algunas de las auténticas dimensiones de su
tormento, y tal vez atraerse una comprensión que generalmente no ha existido;
tal incomprensión ha obedecido por lo común no a falta de compasión humana,
sino a la incapacidad básica de las personas sanas para representarse una forma
de tormento tan ajena a la experiencia de cada día.
Para dar un ejemplo de la imposibilidad que tienen las
personas sanas de comprender a los deprimidos, cuenta su propia reacción (antes
de ser presa de la enfermedad) cuando vio deprimidos a algunos de sus más
cercanos amigos:
Eran para mí achaques abstractos,
pese a la compasión que me inspiraran, y no tenía ni un atisbo de sus
auténticas dimensiones ni de la índole del sufrimiento que tantas víctimas
experimentan mientras la mente continúa en su insidiosa disgregación… La
tortura de la depresión grave es totalmente inimaginable para quienes no la
hayan sufrido, y en muchos casos mata porque la angustia que produce no puede
soportarse un momento más.
Sin embargo, añade luego que no es posible generalizar ningún
caso particular de depresión:
Al exponer estas reflexiones no es mi
intención que la dura prueba por la que he pasado valga como representación de
lo que sucede o pueda suceder a otros. La depresión es demasiado compleja en su
causa, sus síntomas y su tratamiento para que puedan sacarse conclusiones
indiscriminadas de la experiencia de un solo individuo. Aunque, como enfermedad
que es, la depresión presenta ciertas características invariables, también da
pie para muchas idiosincrasias; yo me he quedado atónito ante algunos de los
caprichosos fenómenos…
De lo único que el autor está seguro es sobre la gravedad del
mal y la pobre expectativa de sanar, que acompaña la enfermedad:
La depresión, como bien pocos
ignoran, solía conocerse por el término «melancholia»… (que es) una palabra
muchísimo más apta y sugerente para las formas más funestas del trastorno; pero
fue suplantada por un sustantivo de tonalidad blanda y carente de toda
prestancia y gravedad (depresión)… Yo propugnaría una designación que fuese de
verdad impresionante. «Brainstorm» [tormenta en el cerebro, en sentido
literal]…, se necesita algo en esa línea. Al oír que la perturbación psíquica
de alguien se ha convertido en tormenta... hasta el profano desconocedor del
mal mostraría compasión, en vez de la reacción típica que la depresión suscita,
cosas como «Bueno, ¿y qué?» o «Ya saldrás de ella» o «Todos tenemos días malos».
Y añade:
La imposibilidad de hallar alivio es
uno de los factores más angustiosos de dicho desorden, tal como se le
manifiesta a la víctima y contribuye a situarlo sin reservas en la categoría de
las afecciones graves… En la depresión, esta fe en el rescate, en el final
restablecimiento, falta por completo. El sufrimiento es inconmovible, y lo que
hace intolerable la situación es saber de antemano que no llegará ningún
remedio: ni en un día, una hora, un mes o un minuto. Si se da una ligera mitigación,
sabe uno que es sólo temporal; le seguirá más tormento. Aún más que dolor, es
desesperación lo que apabulla el alma.
Los síntomas
Respecto a los síntomas, los presentamos en el orden en que
los menciona en su libro, que parecen ir desde los más leves al comienzo, hasta
los más graves posteriormente. Habla el escritor de la ansiedad, el sentimiento
de fragilidad, cambios en el apetito, insomnio, alteraciones de la voz y de la
libido, ausencia de autoestima, dependencia y miedo al abandono, hipocondría,
sensación de locura, extrañeza con los lugares conocidos, dificultades para las
relaciones interpersonales, y el principal, el sentimiento general de pérdida.
Sobre la ansiedad, afirma:
empecé a experimentar un malestar
vagamente aflictivo, la sensación de algo que se hubiera torcido en el universo
doméstico en el que había vivido tanto tiempo, tan confortablemente. No fue
realmente alarmante al principio, puesto que el cambio fue sutil, pero sí
advertí que mi entorno adquiría un tono distinto en determinados momentos: las
sombras del anochecer parecían más lóbregas, mis mañanas eran menos vivaces,
los paseos por el bosque perdieron aliciente, y había un rato durante mis horas
de trabajo a la caída de la tarde en que se apoderaba de mí una especie de
pánico y ansiedad, sólo por unos minutos, acompañado de un amago visceral.
Acerca del sentimiento de fragilidad dice que aunque sucedió
durante un verano excepcionalmente hermoso:
sentía una especie de entumecimiento,
una enervación, pero de forma más concreta una extraña sensación de fragilidad,
como si mi cuerpo realmente se hubiera vuelto deleznable, hipersensible y de
alguna manera desarticulado y torpe, falto de la normal coordinación.
Algo que no suelen mencionar los manuales clínicos pero que se
descubre en la experiencia clínica, es algo que relata Styron acerca de
alteraciones respecto a su voz. Asevera:
Recuerdo especialmente la lamentable
semi-desaparición de mi voz. Sufrió una extraña transformación, tornándose a
veces muy apagada, jadeante y espasmódica; un amigo observó posteriormente que
era la voz de un nonagenario.
Otro síntoma que también describe es la desaparición del
deseo sexual:
La libido también hizo un mutis
precoz, como suele en la mayor parte de las enfermedades importantes…
Y dice luego sobre el mismo tema, no sin cierto humor:
Dijo el Dr. Gold con una cara muy
seria, que el fármaco (que le había prescrito), a dosis óptimas podía tener
como efecto secundario la impotencia. Hasta ese momento, aunque abrigaba algún
recelo respecto a su personalidad, no le había creído totalmente falto de
perspicacia; ahora no estaba ya seguro en modo alguno. Poniéndome en el lugar
del Dr. Gold, me pregunté si pensaría en serio que aquel exhausto y maltrecho
semi-inválido con su cascada voz de viejo y su arrastrar de pies se despertaba
cada mañana de su sueño inducido por (el medicamento), ávido de retozo carnal.
También notó el escritor cambios en su apetito:
Muchos (pacientes) pierden por
completo el apetito; el mío era relativamente normal, pero vi que comía tan
sólo por la subsistencia: los alimentos, como todo lo demás en el ámbito de la
sensación, estaban para mí enteramente desprovistos de sabor, la más angustiosa
de todas las perturbaciones de la vida vegetativa…
Otro aspecto que se suele alterar es el dormir:
Mis escasas horas de sueño concluían
por lo común a las tres o las cuatro de la mañana, hora en que abría los ojos
al inmenso bostezo de la oscuridad, considerando con estupor y angustia la
devastación que arrasaba mi mente y esperando el alba, que por lo general me
permitía un breve duermevela febril y sin ensueños.
Un síntoma más era la baja o ninguna autoestima y la
dependencia de los demás:
De las muchas manifestaciones
temibles de la enfermedad, tanto físicas como psicológicas, el sentimiento de
odio de sí mismo —o para decirlo de forma menos categórica, la ausencia total
de autoestima— es uno de los síntomas más universalmente experimentados... La
pérdida de la estimación propia es un síntoma famoso, y mi sentimiento del yo había
punto menos que desaparecido, junto con toda confianza en mí mismo. Esta
pérdida puede degenerar en seguida en dependencia, y la dependencia en un miedo
infantil… De las imágenes recordadas de aquellos días, la más grotesca y
desconcertante sigue siendo la de mi persona, como un crío de menos de cinco
años, arrastrándome por un mercado tras los talones de mi sufridísima esposa;
ni por un instante podía permitirme perder de vista aquel alma de paciencia
inagotable que se había convertido en niñera, mamá, consoladora, sacerdotisa y,
lo más importante de todo, en confidente: consejera erguida en el centro de mi
existencia como una roca.
Todos estos sentimientos y alteraciones se acompañaban, según
Styron, de una sensación de locura; de ahí que su libro se subtitule Memorias de una locura. Él manifiesta:
No se dude jamás que la depresión, en
su forma extrema, es locura… Con todo este desbarajuste en los tejidos del
cerebro, la privación y la saturación alternas, nada tiene de extraño que la
mente empiece a sentirse afligida, maltrecha, y el encenagado proceso del
pensamiento registre la zozobra de un órgano en convulsión… Pronto se
manifiestan síntomas como la lentitud cada vez mayor en las respuestas, una
semi-parálisis, el corte de la energía psíquica hasta casi cero. Por último es
afectado el cuerpo, y se siente socavado, exangüe…
Todos estos síntomas corporales conducen muy frecuentemente a
los miedos a las enfermedades corporales, lo cual ha llevado a que desde hace
mucho tiempo se relacione la depresión con la hipocondría:
Me vi sumido en las angustias de una
profunda hipocondría. En mi físico nada marchaba del todo bien; había
contracciones nerviosas y dolores, a veces intermitentes, a menudo con viso de
constantes, que parecían presagiar todo género de horrendos achaques... Es
fácil apreciar cómo dicho estado es parte del aparato de defensa de la psique:
negándose a aceptar su propio deterioro progresivo, anuncia a su conciencia
interior (en el cuerpo).
Respecto a la extrañeza con los espacios conocidos, relata Styron:
uno de los rasgos inolvidables de esta fase de mi trastorno fue el modo en que mi propia casa de campo, mi hogar querido durante treinta años, adquiría para mí, en aquel punto en que mi ánimo se hundía de ordinario en su nadir, un cariz siniestro casi palpable… Me preguntaba cómo era posible que aquel lugar amigable, rebosante de evocaciones pudiera parecer, de un modo casi tangible, tan hostil y repulsivo. Físicamente no estaba solo. Como siempre, hallábase presente Rose, y escuchaba mis quejas con paciencia infatigable.
Aunque no es un síntoma presente en todo tipo de depresión, algunos están acompañados de ansiedad, y ese fue el caso del autor:
Sobrevenían también terribles, repentinos ataques de ansiedad. Cierto día radiante, en un paseo por el bosque con mi perro, oí una bandada de gansos del Canadá graznando allá arriba sobre los árboles de frondas resplandecientes; una vista y un son que normalmente me habrían alborozado, el vuelo de aves me hizo detenerme, clavado de temor, y permanecí allí encallado, desvalido, temblando…
También se suele presentar una gran dificultad en las
relaciones con otras personas, como bien lo manifiesta Styron:
(El que padece depresión), al
igual que un herido de guerra obligado a caminar por su pie, se ve empujado a
las más intolerables situaciones familiares y sociales… Uno tiene que procurar
dar conversación a la gente, y contestar preguntas, y asentir con la cabeza o
fruncir el ceño en los momentos pertinentes, y, Dios le valga, hasta sonreír. Pero
ya es un suplicio intentar pronunciar unas pocas y simples palabras.
Sin embargo, Styron resalta que el principal síntoma de la
depresión es el sentimiento generalizado de pérdida:
Uno teme la pérdida de todas las
cosas, de todas las personas allegadas y queridas. Hay un miedo intenso al
abandono. Estar solo en casa, siquiera un momento, me producía un pánico y una
alarma extraordinarios… El intenso sentimiento de pérdida se relaciona con una
clara noción de que la vida se escapa de las manos a paso acelerado. Se
adquieren unos apegos vehementes. Cosas absurdas —mis gafas de lectura, un
pañuelo, determinado útil de escribir— se convertían en objetos de mi demencial
sentido de la posesión. Cualquier extravío momentáneo de dichos objetos me
llenaba de una consternación frenética, por ser cada uno de ellos el
recordatorio tangible de un mundo que pronto iba a extinguírseme.
Más adelanta profundiza en este sentimiento generalizado de
pérdida:
La pérdida en todas sus
manifestaciones constituye la piedra de toque de la depresión: en el desarrollo
de la enfermedad y, con toda probabilidad, en su origen. En una fecha posterior
iría convenciéndome poco a poco de que la pérdida abrumadora sufrida en la
infancia hubo de figurar como probable génesis de mi trastorno”.
Las causas
Se ha descubierto
que la depresión tiene muchos factores que la pueden causar. La herencia es uno
de ellos y es que hay familias completas en las que aparece. Pero también el
ambiente incide en su desarrollo, y es que hay hechos estresantes que la pueden
desencadenar. También influye el alcohol o el abuso de drogas, ciertas enfermedades,
y acontecimientos vitales estresantes, tales como rupturas afectivas, pérdidas
de empleo, duelos y aislamientos sociales. Esta última situación es una causa
común en los ancianos. A lo anterior se suman las hipótesis de alteraciones
químicas en el cerebro.
En su caso, Styron
explora también varias posibles causas. Las principales que menciona son el
alcohol, la herencia, el duelo no elaborado, la edad y la insatisfacción
profesional.
Sobre la
posibilidad de que fuera el alcohol el causante de su trastorno, el autor
reflexiona:
Después de mi recuperación… se me
ocurrió preguntarme —por vez primera con auténtico interés— cuáles podrían ser
las causas de haber sido visitado por semejante calamidad… Cuando pensaba en
esta curiosa alteración de mi conciencia daba por supuesto que todo tenía que ver
de un modo u otro con mi retirada forzosa del alcohol. (Era una) sustancia de
la que llevaba abusando cuarenta años... Desde luego, hasta un cierto punto
esto era verdad... Como todos deben saber, es un deprimente de primer orden; a
mí nunca me había deprimido realmente en mis largos años de adicto a la bebida,
obrando en cambio como escudo protector contra la ansiedad. Y de pronto se
desvaneció; el formidable aliado que durante tanto tiempo había tenido a raya a
mis demonios ya no estaba allí para impedir que esos demonios empezaran a
pulular por el subconsciente, y yo estaba emocionalmente en cueros vivos,
vulnerable como jamás me había visto hasta entonces. Sin duda, la depresión
llevaba años rondándome, aguardando el momento de abalanzarse sobre mí…
La otra causa posible en la que Styron piensa es la herencia:
La predisposición al mal provenía, he
llegado a creer, de mis primeros años: de mi padre, que combatió a la gorgona
durante buena parte de su vida y fue hospitalizado en mi niñez tras una desesperada
caída en espiral que, en visión retrospectiva, he venido a estimar muy
semejante a la mía. Las raíces genéticas de la depresión parecen hoy algo
incontrovertible.
Pero no descarta el duelo no elaborado. Al respecto declara:
tengo el convencimiento de que un
factor aún más significativo fue el fallecimiento de mi madre cuando contaba yo
trece años; este trastorno —la muerte o desaparición de un progenitor,
especialmente la madre, antes de o durante la pubertad— aparece reiteradamente
en la literatura sobre la depresión… El peligro es especialmente manifiesto si
el adolescente es afectado por lo que ha recibido la denominación de «duelo
incompleto», es decir, si ha sido incapaz de alcanzar la catarsis del dolor y
de este modo lleva dentro de sí… Si esta teoría del duelo incompleto tiene
validez, y creo que la tiene, y si también es cierto que en los más hondos
entresijos del comportamiento suicida de una persona ésta todavía se debate
subconscientemente con una inmensa pérdida mientras trata de superar todos los
efectos de su devastación, entonces mi propia evitación de la muerte quizá
fuera un homenaje tardío a mi madre.
Pero Styron se plantea también otras posibles causas:
¿La dura circunstancia, de que más o
menos por las fechas en que fui atacado doblaba los sesenta? ¿O pudo ser quizá
que una vaga insatisfacción con los derroteros que llevaba mi obra —ese ataque
de inercia que me ha acometido una y otra vez durante mi vida de escritor,
tornándome hosco y descontento?...”
Para terminar al final, planteando lo siguiente:
Jamás sabré lo que «causó» mi
depresión, como nadie sabrá nunca nada acerca de la suya.
El tratamiento
Luego de sentir todos los anteriores síntomas y de
reflexionar sobre las causas de su enfermedad, el escritor hace una reseña de
lo que fue su tratamiento.
Comenta antes que dos años antes de su depresión, fue tratado
por un psiquiatra con fármacos basados en la benzodiacepina, como ayuda para
conciliar de noche el sueño, con el comentario del médico de que podía tomarlo
tan despreocupadamente como la aspirina. Styron califica luego esta
recomendación como un acto irresponsable por parte del médico, por cuanto
descubre posteriormente que este tipo de medicamentos administrados en tan alta
dosis puede deprimir el ánimo e incluso precipitar una depresión mayor.
Luego de ser diagnosticada su depresión, el escritor comienza
un tratamiento con un médico que actúa como su psiquiatra a la vez que como
terapeuta. Este último papel lo encuentra el autor benéfico en el sentido de
que proporciona al paciente:
un punto focal hacia el que puede uno
encaminar las agonizantes energías; ofrece consuelo si no mucha esperanza, y se
constituye en recipiente de un aluvión de penas durante cincuenta minutos, lo
que también sirve de alivio para la esposa de la víctima.
El tratamiento inicia con una intensidad de dos sesiones
semanales, en las que el paciente se enfrentaba con la dificultad de describir
su enfermedad:
era poco lo que podía yo decirle,
salvo intentar, en vano, describir mi desolación.
Como suele suceder a menudo, el medicamento le produjo efectos
secundarios molestos, y se enfrentó entonces al delicado proceso de cambio de
fármaco:
Cuando le informé de este problema,
se me dijo que debían pasar diez días más para que el fármaco evacuara mi
organismo antes de comenzar con otro medicamento distinto. Para quien está
amarrado a semejante potro de tortura, diez días son como diez siglos… y esto
sin contar el hecho de que cuando se inicia el tratamiento con un nuevo fármaco
tienen que transcurrir varias semanas antes de que haga efecto, lo que, de
todos modos, dista mucho de estar garantizado.
La evaluación de Styron sobre la psiquiatría es justa pero
reconociendo sus limitaciones, en especial para una depresión mayor, como era
su caso:
A la psiquiatría debe reconocérsele
el mérito de su persistente lucha para tratar farmacológicamente la depresión…
No cabe la menor duda que en ciertos casos moderados y algunas formas crónicas
de la enfermedad (las denominadas depresiones endógenas), las medicaciones han
resultado inestimables, alterando a menudo de forma espectacular el curso de
una perturbación grave. Por razones que todavía no están claras para mí, ni las
medicaciones ni la psicoterapia consiguieron detener mi zambullida hacia las
profundidades… Pero hasta el día en que se descubra un agente de acción rápida,
nuestra fe en la cura de la depresión grave por medios farmacológicos tendrá
que seguir siendo provisional.
Aun teniendo en cuenta que Styron escribió esto hace ya
bastantes décadas y que en este tiempo se han generado medicamentos más
efectivos y con menos efectos secundarios, es necesario aceptar que todavía
encontramos pacientes hoy en día que pueden llegar a las mismas afirmaciones
del autor.
Pronóstico
Sin embargo el libro de Styron finaliza con dos aspectos
positivos del escritor en un libro tan doloroso y realista. El primero, es el pronóstico
optimista que, a pesar de todo lo anterior, tiene el final de la depresión,
siempre y cuando el paciente resista. El segundo es el efecto tan benéfico que
tiene el apoyo de familiares y amigos en el tratamiento de la enfermedad.
Las reflexiones finales del escritor representan en nuestro
concepto lo más importante de su libro. De la misma manera imprevista en que,
en ocasiones, hace su aparición el monstruo de la depresión, de la misma manera
repentina suele desaparecer. Hay un aspecto que interesa mucho a los analistas
junguianos y es que durante la depresión suelen disminuir o desaparecer los
sueños. Es lo que llamamos el “estreñimiento onírico”. Pues, bien en el caso de Styron, la
recuperación se manifestó con la reaparición de un sueño:
Había tenido mi primer sueño en
muchos meses, confuso pero imperecedero hasta la fecha, con una flauta en algún
punto impreciso, y un ganso silvestre, y una muchacha bailando… No me sentía ya
un cascarón vacío sino un cuerpo con algunos de los ricos jugos corporales de
nuevo en ebullición.
Y su evaluación general, amplia y optimista de la depresión,
la basa, como tantos sufrimientos en la vida en el paso del tiempo:
Merced a la acción curativa del
tiempo —y gracias también a la intervención médica o a la hospitalización en
muchos casos— la mayor parte de los afectados sobrevive a la depresión, lo que
quizá constituya su único aspecto benigno… La inmensa mayoría de las personas
que pasan por depresiones, aun las más graves, sobreviven a ellas, y viven
después al menos tan felizmente como las no afectadas por este mal. Salvo por
lo terrible de algunos recuerdos que deja, la depresión aguda inflige pocas
lesiones permanentes…
Pero el realismo del escritor no deja de plantear los
riesgos, en su mirada optimista:
Un número considerable —prácticamente
la mitad— de los que sufren el estrago una vez serán atacados de nuevo; la
depresión posee el hábito del retorno. Pero la mayor parte de las víctimas
salen incluso de estas recaídas, y bien a menudo defendiéndose mejor por haber
llegado a estar psicológicamente preparadas, merced a la pasada experiencia,
para lidiar con el monstruo.
Sin embargo, reitera que la terrible enfermedad suele
terminar en la cura:
Es de enorme importancia que a
quienes sufren un asedio, acaso por vez primera, se les hable —se les convenza,
más bien— de que la enfermedad seguirá su curso y ellos saldrán del trance.
Ardua tarea, ésta: gritar «¡arriba esa barbilla!» desde la seguridad de la
orilla a una persona que está ahogándose es casi tanto como insultarla, pero se
ha demostrado una y otra vez que si el esfuerzo por dar ánimo es bastante tenaz
—y el auxilio prestado no menos decidido y afanoso— la persona en peligro suele
salvarse casi siempre.
El peor enemigo de la depresión parece ser precisamente el
pesimismo y el cansancio, y el mensaje de Styron es precisamente que la
depresión no es invencible, que no es la aniquilación del alma, como puede
llegar a pensar el sufriente. Y su testimonio, al igual que el de otros hombres
y mujeres que la han padecido y se han repuesto, es la prueba de que se le
puede derrotar:
La mayoría de quienes son presa de la
depresión en su forma más nefasta se halla, por la razón que sea, en un estado
de quimérica desesperanza, atormentados por exagerados males y fatales amenazas
que no guardan la menor semejanza con la realidad. Es menester por parte de
amigos, amantes, familia, admiradores, una devoción casi religiosa para
persuadir a los pacientes del valor de la vida, lo que tantas veces está en
conflicto con el sentimiento de su propio demérito que tienen estas personas,
pero tal devoción ha evitado incontables suicidios… Todo el que ha recobrado la
salud, ha recobrado casi siempre el don de la serenidad y la alegría, y esto
quizá sea reparación suficiente por haber soportado la desesperación más allá
de la desesperación.”
Ya se mencionó anteriormente la dependencia que el escritor
desarrolló hacia su esposa. Ese es el lado negativo. El positivo es que fue el
soporte que necesitó para soportar la enfermedad. Refiriéndose a su esposa
dice:
aventuraría la opinión de que muchas
de las desastrosas secuelas de la depresión podrían conjurarse si las víctimas
recibieran un apoyo como el que ella me dispensó a mí.
Otra persona
que le ayudó mucho durante su depresión fue un amigo, que había pasado por una
crisis igual o peor que la suya:
Durante el mismo verano de mi
declinación, un íntimo amigo mío —un famoso columnista de prensa— fue
hospitalizado a causa de una grave psicosis maniacodepresiva. Por las fechas en
que yo comenzaba mi derrumbamiento otoñal mi amigo se había recobrado, y nos
manteníamos en contacto por teléfono casi a diario. Su apoyo fue incansable e
inapreciable. Él fue quien me amonestó sin tregua insistiendo en que el
suicidio era «inaceptable».
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